miércoles, 6 de abril de 2011

Star Gaga

Un fenómeno del siglo XXI. Asomó la cabeza como un producto concebido (clonado) a imagen y semejanza de Madonna –la reina del pop–, que aprovechaba la prematura decadencia de Britney Spears –la princesa del pop–. Pero, a tres años de su revelación, Lady Gaga es una estrella sin más referencias que ella misma y su propio –y fabuloso– marketing personal, para el que emplea todas las herramientas tecnológicas y medios disponibles.

Qué tiene Lady Gaga que no han tenido otras? Ambición –tan rubia y enorme como la de Madonna en los ‘80– y el marketing –tan agresivo y global como la tecnología del siglo XXI lo permiten.

Han pasado apenas tres años desde que se empezó a hablar de Lady Gaga. En 2009 The New York Times apostaba por ella como la promesa de la temporada y, más allá, como el futuro del pop. Así comenzó todo... Desde entonces, Stefani Joanne Angelina Germanotta (25) –el verdadero nombre de la mujer conocida como Lady Gaga– sobrevivió a su primer disco hit y temporada de presentación, sobrelleva con más dignidad y solidez que sus antecesoras el estigma de ser considerada la heredera de Madonna y, como toda estrella de la era global que se precie, despierta adoración y rechazo, provoca amores y odios en las proporciones de una megaestrella. Para la revista Time es una de las figuras más influyentes de la cultura pop. Todos hablan de ella. Y ella dice: “A veces me desespero al recordar cuando estaba acostada en mi departamento de Nueva York, con cucarachas en el piso y espejos con cocaína, sin interés ni voluntad de hacer nada más que música y tomar drogas (...) Me siento presionada por la prensa. Me dicen: ¿cómo eres en realidad? ¿Te vistes así todo el tiempo? Son groseros... Soy Lady Gaga, mis tocados del cabello y yo nos vamos a la cama juntos”.

YO SOY LA CANTANTE. Nació en Nueva York, el 28 de marzo de 1986. Su padre, Joseph Germanotta, es empresario, y su madre, Cynthia Bissett, trabaja como asistente de telecomunicaciones. A los 4 años aprendió a tocar el piano y a los 13 escribió su primera balada, en tiempos en que asistía a la escuela Convento del Sagrado Corazón, ubicada en Manhattan, la misma institución en la que estudió la multimillonaria Paris Hilton. Sin embargo, la cantante asegura que no proviene de una familia acomodada. A los 16 consiguió ingresar en la Escuela de Arte Tisch de Nueva York, institución que abandonó al poco tiempo para comenzar su carrera musical, con una condición de sus padres: ellos accedían a pagarle el alquiler de un departamento por un año, pero si fracasaba debía volver a inscribirse y estudiar en la escuela de arte. Definitivamente, no regresó. Y nació otra persona, un personaje llamado Lady Gaga, nombre artístico que surgió en homenaje a la canción “Radio Ga Ga” del grupo Queen. Además, cambió su look. Su pelo pasó de oscuro a rubio platinado y empezó a vestirse con prendas sofisticadas y exageradas, igual que sus primeras declaraciones y confesiones de una mente convencida de su carácter especial: “En la secundaria era estudiosa y disciplinada. Además, era muy insegura, solían burlarse de mí porque era excéntrica o provocativa. Yo no encajaba con mis compañeros, me sentía un bicho raro”.

En 2008, Lady Gaga lanzó su álbum debut, The Fame, que fue un éxito inmediato. Al año siguiente, en The Fame Monster –su segundo disco– ya reflexionaba e ironizaba sobre el lado oscuro de la fama. Su tercer álbum llegará en mayo y lo anticipó durante la reciente ceremonia de entrega de premios MTV Video Music Awards. Se llamará Born This Way y asegura que se trata de un álbum “líricamente más poético” y que está “escrito por los fans”. “Es la chica de moda”; “Sus videos son millonarios”; “Mucha ropa de vanguardia y un discurso bien pensado, capaz de representar tanto a la mayoría como a las minorías”; “Hace bailar a cualquiera”... todos tienen algo que decir sobre ella. Pero el gran interrogante es saber qué tiene Lady Gaga que no han tenido otras para llegar allí donde ella está hoy. La respuesta: ambición –tan rubia y enorme como la de Madonna en los ‘80–, el marketing –tan agresivo y global como los medios y la tecnología del siglo XXI lo permiten–, y la oportunidad: en el momento justo, en el lugar indicado, Lady Gaga estaba ahí... compartiendo escena con otras new faces del rock & pop, como Lily Allen, Amy Winehouse, Rihanna y Katy Perry, pero con un plus diferente que excede lo musical. De eso se trata su fenómeno, que puede resumirse en algunas cifras: 18 millones de singles vendidos a través de la red, 3.640.000 de copias vendidas en los Estados Unidos de su álbum The Fame, su videoclip ¡de casi 10 minutos! junto a Beyonce Knowles –subido a Internet– fue visto por más de 14 millones en apenas cinco días y sus videos en YouTube cuentan más de 500 millones de visualizaciones. En cada una de sus presentaciones Lady Gaga no interpreta más de 19 canciones y cambia de vestuario en 15 oportunidades. Alrededor de ella todo –puesta en escena, coreografías, performances de artistas invitados– es espectacular, tal vez más parecido a grandes musicales que a un concierto convencional. Y en el otro extremo, plantea un vínculo cercano con sus millones de fans a través de las redes sociales: twittea sobre sus experiencias diarias sin pudor –140 caracteres 100% Lady Gaga–, cada una de sus reflexiones en Facebook generan hasta 5 mil comentarios, y en My Space tiene más de 50 millones de visitas. Cuando lanza un video siempre lo hace primero online antes que por los canales tradicionales (MTV no es su primera referencia).

LA REINA DEL REVES. “Broadway debería seguir su ejemplo”, afirmó el crítico de teatro de The New York Times después de ver un concierto de Lady Gaga que llama a sus seguidores “little monsters” (pequeños monstruos). Y mientras otros artistas prohíben la entrada de cámaras de aficionados a sus conciertos, la cantante pone el mundo al revés restringiendo el ingreso de fotógrafos profesionales a sus shows porque prefiere que sean sus fans los encargados de hacer las fotos de sus actuaciones. En su página web hay un centenar de imágenes y videos amateurs que viajan por la red como una fábrica de contenidos exprés y de contagio masivo. “Gracias al auge y difusión de las nuevas tecnologías, Lady Gaga tiene acceso directo a su público, sin depender de los sellos discográficos, lo que hace que el contacto sea más inmediato y potente” –explica Ximena Díaz Alarcón, analista de la consultora Trendsity–. “Esto brinda mucho poder de llegada y muy alta exposición. Por esto mismo, los ciclos se aceleran y a eso se debe que ella tenga que generar noticias con más asiduidad de lo que lo hacía Madonna en otras épocas”. La chica que cambió su nombre legalmente y obligó a todos, incluso a sus padres, a llamarla Lady Gaga, también llamó la atención de los grandes modistos del mundo que la toman como musa, referente y modelo ideal para sus colecciones. Así, la “bestia pop” –también apodada, en términos similares, como “la catástrofe más fabulosa del pop”– se viste de Balmain, Alexander McQueen, Jean Charles de Castelbajac, D&G y, más recientemente –en la semana de la moda parisina–, de Thierry Mugler. Sin embargo, Lady Gaga –autoproclamada bisexual– no permite que la encasillen ni identifiquen con nada ni con nadie más que con ella misma y, a pesar de su pasión por los diseñadores top y su consagración como trendsetter, confiesa su incorregible obsesión por los conjuntos ideados para los sex-shops.

Entre sus próximos planes está su debut en el cine, seguramente de la mano de Quentin Tarantino, quien imagina para ella el personaje de una mujer asesina. Pero ningún desafío más grande para Lady Gaga que sobrevivir a su propio suceso y permanecer más allá del Big Bang... el Shock del siglo XXI.

En cada una de sus presentaciones Lady Gaga no interpreta más de 19 canciones y cambia de vestuario en 15 oportunidades. Es más parecido a grandes musicales que a un concierto convencional.

Lady Gaga es una estrella sin más referencias que ella misma y su propio –y fabuloso– marketing personal.

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